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miércoles, mayo 18

Asesino de mi ilusión

Repito sin reparo aquella escena en mi cabeza, esos momentos que de madrugada compartimos tan pocas veces, en roces que se fundieron debajo de sábanas azules en una casa no nuestra, en caricias lejos de terminar, pero en un amanecer que no tardaba por encontrarnos. Insisto en repetir una a una las escenas de esa noche,en un intento de convencerme de que no fue sólo sueño, que lo real no se fundió con mi tímida ilusión.

Erré... porque mis ideales se encontraron con esa pared llamada realidad, tan innegable es este hecho, tan no querido, tan no bienvenido...

Manos que se desvanecen por el pesado tiempo, lejanas, inexistentes para ti, significados que no volverán por ser tan siquiera un no inicio, ni un sueño, sólo palabras queriendo significar algo más.

Mediocre y vulgar como un vil ladrón, quiero arrancar la felicidad de tu vida, esfumar todo rastro de alegría que pueda concebir en ti, dejarte en la nada, y así tal vez entiendas como destrozaste mi mundo, convirtiéndolo en un fantasma de lo que fue, de a pocos lo hiciste añicos y una a una te llevaste partes de mí esa noche.

Lo quiero todo de vuelta, quiero mi luz, mis experiencias, mis máscaras... me dejaste sin nada, sin ninguna defenza.

Deja de ser aquel ladrón que entró por mi ventana una noche, y esfúmate de lo que fue, asesino de mi ilusión.

Mi pequeño vagabundo

Deambular como un vagabundo sin sueños, en un mundo sin caminos; debo reconocer que la fe en la humanidad la perdí hace algún tiempo, y he ahí el motivo de volverme un errante sin rumbo, sin sueños, sin un anhelo por el mañana...

Tal vez los motivos no sobren, pero mi única razón me basta; sí, tal vez me encuentro lleno escepticismo, asco y repulsión hacia la humanidad, me cuesta incluso reconocer mi ser y llamarme un ser “humano”. Sin embargo, mi decisión no puedo cambiarla, mi simple debilidad ante la soledad terrenal no es una opción; los placeres mundanos que me ofrece esta mundo habitado únicamente por pecado no resultan tentadores ante mis ojos.

Lamento las cadenas que decidieron ponerse alrededor de sus cuellos, al igual que todo aquello que los ata de manos para obrar con justicia, pero su propia voluntad, incorrectamente encaminada, los hizo esclavos a todos y cada uno. No basta el arrepentimientos y los mil perdones que puedan decir, sólo escupen basura y no hay más que putrefacción en sus llamados, convenientemente, “lo siento”.
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