Main image

domingo, agosto 29

Words

Guerras, hambre; odio, amor; envidia, tristeza; pecados, dones. Mismo inicio, mismo final. Todas convergen en el mismo origen. “Palabras”. Tan capaces de componer lo quebrantado, de romper lo concebido, agrietar de a pocos el alma. Llanto, alegría y también indiferencia.

Tumba de un título ajeno

Puedo sentir mi pulso debilitándose, aún así no siento dolor… ¿Por qué será? No pude decirle: Te amo, tan sólo una última vez. Sin embargo, eso no cambia el hecho que sea tan feliz, sin culpas, ni asuntos pendientes. Pero… realmente siento que me estoy llevando todo nuestro amor, que nos llevo a “nosotros”.

¡Lluvia! ¡Por favor sigue cayendo y borra todo a tu paso! ¡Todos mis pecados y mis lágrimas! Sólo déjanos con la ilusión que necesitamos para escuchar nuestros corazones; con las caricias, besos, abrazos y ese “algo más” que compartimos.

¡Por favor, borra todo excepto a nosotros!


No entiendo por qué está pasando esto. ¿Es una especie de castigo quizás? ¿O es acaso el destino? Pero aún así, agradezco que finalmente pude superé mi dolor y enfrente mis sentimientos, sin culpas, ni asuntos pendientes.

Ahora, me llevo todo conmigo. Los recuerdos, mi amor por él… y esta felicidad que nunca se perderá

sábado, agosto 28

Naranja por muchos años

Me encuentro frente a esa puerta de madera color naranja, no hay una manija de donde jalar, tampoco un timbre para apretar, sólo un muro que la acompaña; un muro que soy incapaz de saltar, al lado de una puerta que no me atrevo a tocar.

Cinco personas y un recuerdo se encuentran tras de ella, cada vez más puedo ver como se les esfuma uno a uno la vida, que sus pasos se tornan en un cansancio inevitable, los visualizo en un letargo tan abrumador como próximo; y de esas cinco personas y un recuerdo no me despedí de lo ya lejano, no doy garantías de mi amor incondicional por esos cinco, y más aún de esos cinco menos uno, mi existencia sería inconcebible sin ese uno, y ese mismo uno detrás de la puerta color naranja sin manija, sin ser muy gruesa y de madera, la veo cual cemento, cimientos de esa casa llamada por algunos hogar, de esos cinco y un recuerdo unidos por el tiempo, por la soledad y la lejanía.

Nació del papel en horas libres

“El sol siempre brillará”, frase que recuerdo de un ya no amigo mío, no inventada por él claro está, más bien, diría copiada; en fin, la nombraba tantas veces hasta el fastidio, la repetía en cantos o simples oraciones; siendo carente de significado para mí no podía evitar que surja un lado negativo e intolerable hacia mi ya no amigo, hasta que terminada nuestra amistad vi finalmente como las piezas se lineaban.

Podía ver aquel dibujo de un pequeño sol amorgo, con ojos de niño en desproporción, no era una obra de Da Vinci, pero comprendí, finalmente lo comprendí; mi ya no amigo entró en mi vida tan difícilmente, pero salió tan agresivamente como decepcionante.

“El sol siempre brillará”, incluso después de tres años, sin importar las nubes grises, y las caídas en charcos. Aprendí de ti a no buscar lo no deseado, que el egoísmo y la no consideración no deben predominar en una amistad, me costó verlo, y la resignación de no querer acabar con el masoquismo, pero sé bien que salde mi deuda, las manos extendidas por gratitud y buenos deseos fueron saldadas; pagué aquello que tanto no comprendí, la balanza obtuvo su equilibrio en la inexistente amistad ya culminada años atrás, me convertí en quien aún no le saldan deudas, mas no pretenda cobrarlas, no busco miserias y degradación, supongo que ahora busco el sol.

Ojeadas a viejos libros

No era una opción para mí el terminar mi carrera, mucho menos estudiarla en un instituto de Miraflores, con mi tan escaso presupuesto económico; aunque si existía la posibilidad de escoger esta rama, sí era una opción. Siempre me fascinó dibujar, no sólo por la influencia de mis padres, o de un despreocupado y bohemio hermano mayor, no, esto era un poco más inexplicable, o de forma coherente al menos.

Libertad, acompañada de elogios y buenas notas, no era mi único motor; experimentar con palitos de chupetes y cáscaras de huevos me tenía intrigada. Crecer en un colegio estatal me permitió darme cuenta de la carencia que pueden tener estas instituciones educativas para motivar al arte, o por su no creencia en merecerlo importante.

Aún recuerdo a mi primer profesor de taller de dibujo, no era muy alto, siempre estaba usando un suéter tejido a lana, aunque variaba en los detalles; con unos lentes de montura gruesa color marrón, y finalizando el boceto de su faz con un bigote prominente. Nunca nos brindó pautas precisas, o alguna noción, eso me hace recordar que no parecía precisamente un profesor de arte por elección, más bien sólo un hombre ocupando un puesto asignado; pero eso no opacó mis deseos de experimentar, debía aprovechar cualquier rayo de luz que emanara dotes artísticos en ese hombre, de lo contrario inscribirme en su taller hubiera sido un arrepentimiento infantil más que una buena anécdota.

Aquel pequeño pincel que se había puesto en mis manos fue una “súper herramienta”, abrió una puerta a diferentes mundos creados por mí; inventé, boté, grité, reinventé, fallé y acerté, cuántas cosas son posibles al lado de un trozo de papel.

Incluso hoy la imagen nítida de llamado profesor, viene a mí, y me pregunto si hubiera elegido danzas pintaría igual como lo hago hoy, o si manualidades tal vez hubiera sido más productivo.
Pero mi mundo ya esta hecho, y no puedo hacer más que agradecer a ese hombre de cejas pobladas, no por alentarme a seguir un camino específico, porque mentiría si dijera que fue así, sino por haber estado ahí.

miércoles, agosto 25

En una noche que no dormí

Llena de recuerdos marcados por lo adorable, lo seguro, envuelta de besos en mejillas y la clara e innata ingenuidad.
Resumir incontables momentos atrapados en mi caja del olvido, tan inevitable me es tirarla; porque de cuando en cuando el olvido es sucedido por imágenes familiares, fotografías rasgadas, un familiar olor… que efímero recuerdo, que tan añorados sentimientos, de un pasado colmado de plenitud y proyectado como “felicidad”, debería ser más fácil.

Qué “divertido” fue ser chico, tan simple como bromear, lejos de una seriedad innegable que me trae la cercana adultez.

¿Y que hice yo hace cinco años?

Hace poco leí Traducciones Peruanas de Gustavo Rodríguez, muchos de los temas que toca el libro me hacen pensar en mi carrera, en lo que quiero de ella, en lo que espero que sea el Perú gracias a ella, promesas y esperanzas. Al tomarme con el artículo “Disculpe la cantaleta”, no pude evitar mirar por la ventana del autobús en el que iba por largo rato; no me malentiendan, me interesó, para ser más exactos, abrió un baúl de recuerdos en mí, cosa que el libro ya había hecho en anteriores temas, pero éste, particularmente, me sumió en recuerdos de mi tan suspirada secundaria, hasta llegar a mi muy añorada infancia, para traerme nuevamente a un presente colmado de preguntas sobre un tan inesperado futuro.

lunes, agosto 23

6 vistas siendo 4

Primera vista: no puedo olvidarla, está constantemente en mis pensamientos porque su origen fue basado en algo doloroso, aquello que aún resiento, y cada cuanto me atormenta por las noches, en un desvelo extenuante que no hace más que llevarse partes de mí. Es cierto, esta cicatriz fue rechazada desde su concepción, era inevitable; de ellas esta formada la vida, y sin ellas nos es imposible crecer, hasta parece abrumador el rol tan importante que pueden ocupar, parece no ser justo.

Segunda vista: Harta, cansada, llegando al punto del asco, y teniendo el sentimiento de impotencia unido a lo grotesco para variar; dedos llenos de una absoluta impaciencia y debilidad, transformo y a la vez distorsiono mi concepto de moralidad, la justicia tomada por manos culposas no parece tan mala idea, pese saberla como una salida mediocre. Sin embargo, no es asunto de nadie, el pecado y la culpa estarán en mis hombros, no hay nada que temer si de los inocentes es el paraíso ¿verdad?

Tercera vista: Asesinato fallido, errado por una compasión estúpida. Deliberando entre sábanas me encuentro una vez más, atormentada, con menos asco, y una tristeza honesta. Una disculpa roza mis labios, un sollozo la acompaña; una espontánea lágrima me visita, gota a gota recorre mi rostro, lo apacible termina por abandonarme, no hay más que una búsqueda de compasión en mí, de esas manos que te tienden tan comúnmente en un buen libro, o en una película con desenlaces románticos, simples manos.

Cuarta vista: No recibo nada, mas aún, concluyo con mis búsquedas porque halle mi resolución; flagelar sentimientos inconstantes no era una opción razonable, pero en parte necesaria. No puedo pedir más, ni debo pensarlo más.

Quinta vista: Sin más motivación, me guío a mi misma por un sendero que termina en oscuridad, sin una linterna o un faro que me alumbre; soy guiada únicamente por instinto, ese con el que nacemos los humanos, acompañado de mi intuición llamada “femenina”.

Sexta vista: Dejaré los lazos que me unen a este mundo, sí, llanos y reposando en una piedra que encontré, en el sendero que recorro sin rumbo, porque sé que un día he de despertar y veré que mi herida cicatrizó.

Ojos cerrados - Hace 2 años

Solamente consigo rodearme de sentimientos egoístas, en una búsqueda perdida, con paredes que no hacen más que crecer considerablemente.
Partes que se quiebran poco a poco, y no hay tiempo que las compongas; no puedo evitar que corran lágrimas en mi rostro. Con una simple ayuda, un pequeño antídoto en frases cortas, de historias sin finales, hobbys nuevos; distracciones de libros en que no soy la protagonista o un, tan siquiera, un personaje secundario; que vacío casi absoluto me invade al recordar ese día, lo evado con el pasar de las semanas, pero me es imposible, solamente estoy un mundo de mentiras manipuladas únicamente por mí.

Y deje de creer en Papa Noel

Risueña, una palabra antes desconocida y carente de significado para mí, era una descripción que siempre estaba en boca de mis maestros para describirme; actualmente no creo que hayan estado tan errados al llamarme de esa forma.
En mi infancia descubrí lo que era formar parte de las estadísticas, el tener que usar un uniforme como los demás, y también el agregarle accesorios a ese mismo uniforme para separarme del resto, claro está que en mi mente inocente no había indicios de individualismo sólo lo hacía porque era “bonito”, que no complicado resultaba pensar así.

También me choqué con barreras que no hacían más que crecer con el paso de los años; si me caía sangraba, si lloraba recibiría algo a cambio, no era tan complicado de comprender, incluso para esa edad sólo debía saber jugar mis cartas, mi inocencia no era sinónimo de estupidez; salvo solamente en un punto, podía creer hasta casi mi séptimo cumpleaños, que Papa Noel me daría un regalo endeudado años atrás, tres años atrás para ser exactos.

Cada navidad surgía devotamente mi pedido, mi tan anhelado deseo, libre de interés material, colmado únicamente de un deseo infantil: mi regalo esperado. Pero los años pasaban, rápidamente, cosa de la que era inconciente puesto que un niño no entiende del espacio y tiempo.

Mi tan inocente pedido esbozaba aflicción en rostros ajenos; indiferencia en algunos, tristeza en otros, e incluso, una simple compasión que acompañaba a un cambio de tema o una respuesta condescendiente.

“Por favor, por favor, quiero que mi papá vuelva conmigo el próximo año” cuando dolor puede ocasionar una frase como está, y acompañar a la impotencia de personas sin culpa; como el deseo de superación puede transformar lazos que deberían ser íntimos y fraternos, en superficiales saludos y despedidas, favores y demandas; los años seguirán su curso, creando y destruyendo paredes, entre un “hola”, “gracias” y “adiós”.
No puedo justificar mi tan grande ignorancia rodeada de deseos infantiles, sólo puedo decir que la decepción me llevó a dejar de creer en Papa Noel.
RSS Feed